SEGUNDA EMOCIÓN
Voy a contarte a ti, mi querido Raúl, una historia inevitablemente inventada de mi vida. Te he elegido a ti, el hijo nunca nacido ni engendrado, porque no existes materialmente, como no existe aún, en este momento, la narración de mi pasado, de mi presente recreado. Fuiste una posibilidad que nunca llegó a materializarse, o como se pueda definir aquello que es el existir de alguien. Eres el hijo que no tuve con Laura porque me negué a ello, a pesar de su insistencia y de la de María, la que nunca llegó a ser tu hermana. Quiero que sepas que no naciste a finales del siglo pasado, en ese momento del mundo en que lo moderno empezaba a dejar de existir y se preparaba lo virtual, lo que constituyen hoy las inasibles redes que nos mueven y conmueven de una forma que sé que tú hubieras llegado a comprender y en las que yo no participo conscientemente aunque, de manera inevitable, forme parte de ellas.
Este es un libro de memorias y, como tal, no quiere parecerse a ningún otro. Cuando alguien escribe unas memorias es porque considera que pueden ser interesantes para otros, además de servir para hurgar en la propia memoria, en ese depósito que parece infinito, que se encuentra evidentemente desordenado y que actúa con vida propia cuando devuelve al resto de la mente, al poseedor del cerebro en que se encuentra, una asociación respecto a un hecho, un caso conocido o una experiencia que puede parecer nuevo y que quizá no lo sea tanto.
Pero, como es inevitable, este libro terminará pareciéndose a todos los libros de memorias que se han escrito y se escribirán. La memoria tiene algo de común entre todos los humanos porque se llena de experiencias propias, de integración de conocimientos y tangencias en la persona que la porta que no pueden evitar rozarse con el resto de los miembros de la especie, los presentes, los pasados y los futuros; si no fuera así ni habría especie ni habría memoria, ni siquiera la posibilidad de compartir unas memorias.
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