No he podido, o sabido, encontrar otra forma de hacer pública mi penúltima novela que publicarla por entregas aquí.
Eso voy a hacer en los próximos días, un fragmento por día, en paralelo a mi página de Facebook:
https://www.facebook.com/independiente.trashumante
Su título es:
PAPELES PÓSTUMOS DE “ROJO” (copyright Alfonso Blanco Martín)
(Quien desee tenerla y leerla completa, no tiene más que escribirme a trasindependiente@gmail.com, o por “messenger” en Facebook, y por 10 euros (gastos de envío incluidos) se la imprimiré y se la enviaré dedicada por correo)
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10
El dolor es de dos clases, el que salva y el que anula. El que salva es ese dolor, quizá terrible, pero que da alas a la huida de aquello que lo causa. Se podría decir que es un dolor benéfico, algo parecido al miedo que impide que caigamos a un abismo. El que anula es aquel dolor que solo recuerda nuestro acabamiento, el que solo sirve para constatar la cercanía y el poder omnímodo de la muerte, un poder que no frena al que se cree poderoso pero que uno desearía que así fuera. El dolor que anula solo sirve para que el afectado se hunda en la ceniza mortal hacia la que camina. ¿Cómo dominarlo? ¿Cómo no sentirlo? Seguramente esas preguntas están dominadas por el dolor y la búsqueda de respuestas no hace sino acercarnos más a él, a ese dolor destructivo cuyo poder despreciamos y tememos, como si fuera la espada regia de un monarca del que nos reconocemos como súbditos. Si acaso pudiéramos concentrarnos en cada paso que damos, en cada palabra que pensamos, en cada movimiento que hacemos, en cada expresión del otro que nos llega en forma de roce, de mirada o de palabra, quizá nos alejaríamos un poco de la influencia de ese monarca que siempre va a alcanzarnos, directamente o mediante sus enviados. Tan sencillo, tan difícil.
11
Era como haber vivido toda la tragedia del amor entre hombre y mujer, del amor entre hombres, del amor entre mujeres: la alegría de sentirse hombre y el drama de no poder ser mujer; la alegría de la igualdad y el drama de la falta de complementariedad; la alegría de la sensibilidad emparejada y el drama de la compenetración imposible. Era ser consciente de la limitación en la eternidad, como si se pudiera vivir el amor desde dentro del mismo a la par que contemplarlo desde fuera, como ser un joven repleto de pasión atenazado por la experiencia de un anciano. Como disfrutar los ligeros y trascendentes placeres de la edad temprana y los hondos y leves placeres de la edad madura. Como haber muerto y seguir viviendo con el recuerdo de un imposible tránsito, como si los fantasmas fueran los vivos y los vivos fueran el adorno de los muertos. Como pasear sin avanzar ni moverse hacia atrás, como si la tierra usara los pasos para moverse y no nos permitiera ningún otro movimiento que su rotar incesante, pero con la sensación de la quietud absoluta e indeseada. Como soñar sin dormir y no poder soñar en el sueño. Como atiborrarse de lo más deseado para comenzar a odiarlo e iniciar una vida en la que el deseo se alejara hacia un horizonte infernal. Como traspasar una puerta que solo conduce a contemplar nuestro último paso al atravesar una puerta. Como llegar a ser con la condición de olvidar el estar, no tener sed y necesitar agua, no tener hambre y necesitar beso. No estar y querer ser.
(Continuará)
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