No he podido, o sabido, encontrar otra forma de hacer pública mi penúltima novela que publicarla por entregas aquí.
Eso voy a hacer en los próximos días, un fragmento por día, en paralelo a mi página de Facebook:
https://www.facebook.com/independiente.trashumante
Su título es:
PAPELES PÓSTUMOS DE “ROJO” (copyright Alfonso Blanco Martín)
(Quien desee tenerla y leerla completa, no tiene más que escribirme a trasindependiente@gmail.com, o por “messenger” en Facebook, y por 10 euros (gastos de envío incluidos) se la imprimiré y se la enviaré dedicada por correo)
***
Tuvimos encuentros mediatizados por Lucía, por supuesto, pero andando el tiempo, casi como si nos hubiéramos puesto de acuerdo, tuvimos encuentros a solas tú y yo. Recuerdo muy bien el primero, cuando Lucía estaba cocinando una de sus increíbles empanadas y yo tenía que salir a por un poco de compra. No esperaba, aunque sí deseaba, que me acompañaras. No intenté seducirte ni siquiera con las artes de la pobre anciana que necesita ayuda (yo no era una anciana entonces, quizá ahora sí empiece a serlo). Antes de que pudiera ni pensar que iríamos juntos, me propusiste acompañarme. Lucía se sintió sorprendida. Lo noté en que no volvió su cabeza, no levantó su mirada de sus labores culinarias mientras decía “qué bien”. Nunca era tan escueta salvo si su mente estaba en otra cosa o no quería o podía terminar de decir lo que pasaba por ella. Yo noté su afectación a la vez que me sentía invadida por una alegría que me parecía se correspondía con tu mirada. Fue nuestro primer paseo juntos, nuestra primera conversación sin testigos, y los posibles testigos quizá nunca supieron, o sí, que nuestra conversación fue, como siempre ha sido, exactamente igual que si estábamos con otros, con Lucía, con Damián o con quien fuera, pero era nuestra, solo nuestra, y sé que eso yo lo sentía, y creo saber que tú también. Orgullo y alegría es lo que me invade contando esto, ahora sin testigos y sin ti, Daniel. ¿De qué hablamos aquel día? Yo hice alguna queja, seguro, sobre Damián, con cuidado, con respeto a él y a ti, y tú no inventaste parches ni quimeras, me devolviste lo razonable que yo podía ser y lo irracional que planteaba respecto a él. ¿Cómo lo hacías? Con tu mirada franca y tu cercanía física, por supuesto, como si el concepto “suegra” y todas sus connotaciones no existieran. Déjame que me ría ahora un poco. La suegra y el yerno hablando como cómplices, una extraña pareja. Lo dije, pareja… No, no te deseé como pareja pero me trajiste aires de mi juventud, de cuando el deseo de un hombre no se había concretado en Damián, de mi relativo éxito con los chicos. No por mi físico, claro, pero sí por esa agudeza coqueta que ahora sé que me caracterizaba, que lo sé tanto como entonces no lo sabía. Yo creía ser una chica de pueblo, lista y dispuesta, pero no deseable para aquellos chicos de ciudad que parecían tenerlo todo muy claro, al menos mucho más claro que yo. Yo no sabía ni si quería trabajar, ser independiente, mi mente poco clara creo que estaba aún llena de la vida tradicional de una mujer de entonces, pero sin quererlo, del ama de casa con hijos que quiere a su marido y es querida por él. Y con el tiempo me convertí en eso, y con el tiempo lo aborrecí, y con el tiempo me pregunté quién era, y con el tiempo supe que era otra, y con el tiempo supe que era aquella mujer tradicional en la que me convertí y en la que dejé de convertirme. Todo esto que soy y fui me explica como me sentía tan cercana a ti, como te sentía mi cómplice, pero ¿y tú? Tú eras un joven de otro tiempo que parecía no tener dudas, aunque defendieras la duda como estado intelectual. Y esto lo supe más tarde, no en aquella conversación que nos abrió las puertas de lo que nunca fue nada extraordinario, pero que en su normalidad llenó algunos momentos de mi vida y que además he descubierto después, gracias de nuevo a ti, que yo fui alguien en tu vida. No lo dudaba entonces, pero no me atrevía a afirmarlo. Ahora no puedo afirmártelo aunque me atreviera y lo cuento, te lo cuento sin tu presencia, a través de este aparato que no sé si me está llevando hacia la paz o hacia la locura. Hacia la paz seguro, siento algo aquí dentro, entre la garganta y el estómago que me resulta muy agradable mientras voy contando a nadie todo esto. Y hacia la locura quizá también, solo quizá, pero la paz vuelve para decirme que a mi edad me puedo permitir volverme loca o serlo sin más. Me agrada recrearme en una posible locura que a lo mejor está ya viva y yo, como buena loca, lo desconozco. Solo los que están cerca de mí empiezan a notar un enrarecimiento en mis relaciones con ellos que quizá piensen es uno de esos síndromes recientemente descubiertos y aplicados a la sequía cerebral que provoca el afán por deshacerse de los recuerdos, demasiado abundantes y triviales aunque nadie quiera reconocerlo. Triviales incluso los dramáticos, incluso los que protagonizan hechos históricos; al final un recuerdo no es más que la ceniza de un sufrimiento ya extinguido o el ascua de una felicidad olvidada.
(Continuará)
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