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PAPELES PÓSTUMOS DE "ROJO" (LX)


 

 

No he podido, o sabido, encontrar otra forma de hacer pública mi penúltima novela que publicarla por entregas aquí.

Eso voy a hacer en los próximos días, un fragmento por día, en paralelo a mi página de Facebook:

https://www.facebook.com/independiente.trashumante

Su título es:

PAPELES PÓSTUMOS DE “ROJO” (copyright Alfonso Blanco Martín)

 

 (Quien desee tenerla y leerla completa, no tiene más que escribirme a trasindependiente@gmail.com, o por “messenger” en Facebook, y por 10 euros (gastos de envío incluidos) se la imprimiré y se la enviaré dedicada por correo)



***

 

A Daniel no le gustaban las fiestas, las fiestas oficiales, esos huecos religiosos o laicos que interrumpen la cadena cotidiana de acontecimientos, que evitan la continuidad del trabajo y su aburrimiento, que celebran acontecimientos del pasado o el hecho de ser alguien para la sociedad: madre, amante, padre, etc. Pero no le gustaban las fiestas como celebración aunque sí como interrupción del trabajo, del horario, de eso con lo que se ganaba la vida (le encantaba usar esa expresión tradicional) y que, aunque muy disciplinado, yo sabía que no llevaba bien y que a medida que pasaba el tiempo le iba costando cada vez un poco más. Las únicas celebraciones que le gustaban eran los cumpleaños, sobre todo el suyo. Creo que los cumpleaños le parecían una afirmación de eso que era lo único que podíamos hacer, según sus propias palabras, una afirmación del vivir, como él decía. Le gustaba decir “vivir” y no “la vida”, según me explicó porque el verbo implicaba duración y el sustantivo estaba como paralizado, sin continuidad. Siempre atado a las palabras, siempre dándoles vueltas, seguramente por su profesión, pero yo creo que más que nada por una afición personal por ellas, por la confianza que supone lo escrito, lo que no se puede corregir ni matizar una vez terminado, ni mucho menos cambiar. Daniel, el hombre en busca de la seguridad que parecía más seguro que nadie y para el que siempre faltaban ladrillos en esa casa en permanente construcción que era su vida. Hablaba del momento presente como si fuera el único suyo, el preferido, pero siempre estaba haciendo planes (no como yo) grandes o pequeños, siempre tenía planes para el día siguiente, para la semana que viene, para el próximo año. Decía que no le importaba que no llegara el momento, que algo impidiera realizarlos, pero necesitaba hacerlos como si la vida fuera a durar siempre y los demás, ay, fuéramos como él. Nos incluía en sus planes y le fallábamos, no podíamos hacer otra cosa porque los planes eran suyos, pero él no se daba cuenta. Creía que los planes que él hacía eran perfectos por el mero hecho de que él se ocupaba de crearlos y recrearlos. Si los demás no respondíamos a ellos era un fallo nuestro, no suyo. Siempre preguntaba a destiempo si tal o cual día iríamos al cine o haríamos cualquier otra actividad que se le hubiera ocurrido. Si no obtenía como respuesta un claro “no” daba por hecho que el interpelado había decidido seguir sus planes, los de Daniel, y que estaría encantado de ser incluido en ellos.
 
 
Recuerdo cómo me agradeció, y repitió varias veces su agradecimiento, con esa sinceridad férrea y dulce que lo caracterizaba, aquella comida de Navidad que yo preparé porque así se me cruzó en mi camino y que él ensalzaba siempre que podía “ante propios y extraños” por emplear una de esas frases que decía con una sonrisa irónica y que le hacían reír mucho invitando a los demás a reír con él sin hacerse el protagonista. Me estoy poniendo blanda y no es mi costumbre, pero, al fin y al cabo, nadie me oye, aunque quede todo registrado en este aparato que el propio Daniel me regaló para prepararme las ponencias del trabajo y que creo que estoy usando como homenaje a él.
 
 
(Continuará)


 

 

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