No he podido, o sabido, encontrar otra forma de hacer pública mi penúltima novela que publicarla por entregas aquí.
Eso voy a hacer en los próximos días, un fragmento por día, en paralelo a mi página de Facebook:
https://www.facebook.com/independiente.trashumante
Su título es:
PAPELES PÓSTUMOS DE “ROJO” (copyright Alfonso Blanco Martín)
(Quien desee tenerla y leerla completa, no tiene más que escribirme a trasindependiente@gmail.com, o por “messenger” en Facebook, y por 10 euros (gastos de envío incluidos) se la imprimiré y se la enviaré dedicada por correo)
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SEGUNDA PARTE
Me veo obligada sin que nadie me lo haya pedido a hablar sobre Daniel ahora que lo echo tanto de menos. He leído su informe, o su novela, o lo que sea que quieran ser esos papeles suyos sobre la relación con Luis y con Lucía, mi querida hija. He llorado con sus palabras porque el recuerdo es ahora un duro y puntiagudo cuerno vacío, de esos que se usan como adorno o que son recuerdo de algún extraño viaje. Le oculto a Lucía todo lo que él escribió y lo que yo comienzo a grabar ahora porque comparto su pena, aunque nunca hasta este momento le haya demostrado mi debilidad por Daniel. Bastante era que ella lo amara de esa forma tan intensa que nunca comprendí precisamente en ella, educada por mí y por su padre en otros valores menos melifluos y más acordes con la dureza de la vida. Aunque…, quizá esto no sean más que teorías y nuestro cariño haya desmentido cualquier planteamiento práctico de su padre y mío respecto a ella.
Pero no, no quiero hablar sobre Lucía sino sobre Daniel, ese hombre tan lleno de sensibilidad que llegó a repugnarme un tanto al poco de conocerle. Procuré que no se me notara, y más cuando Damián estaba encantado con él, siempre tenía ganas de charlar con Daniel, aunque no sé si eran correspondidas. Yo creo que Damián, con su carácter franco e irónico, le imponía un poco.
Yo, por mi parte, llegué a quererlo mucho, aunque nunca supuse que sentía por mí esas querencias de las que habla en su escrito… De nuevo me emociono. Me hago vieja, está claro, nunca expulsé tantas lágrimas como ahora y nunca pensé que me enfrentaría a una situación como esta.
¿Por dónde empiezo? Quizá venga bien hacerlo, para justificar estas palabras dichas, que pretenden continuar las de Daniel, por el día en que conocí a Luis, o por el día en que Daniel me habló por primera vez de él. Será mejor esto porque guardo un recuerdo imborrable (qué cursi y tradicional puedo ser) de ese día, del día del cumpleaños de Daniel, delante de la tarta aún sin encender las velas, cuando él dijo “como callaría Luis… mejor me callo”. Estas palabras se me quedaron grabadas. Las recuerdo hoy como si las estuviera escuchando en estos momentos, con esa voz tan viril a la vez que dulce de Daniel, con ese timbre bien ajustado y modulado de timidez que tanto me gustaba desde que lo conocí, aunque me conducía hasta un punto de desconfianza hacia él que nunca quise revelar a Lucía y que nunca se demostró válido. Pero para mí esa pequeña llamada a la desconfianza nunca desapareció, en alguna conversación creo que Daniel llegó a notar mi pequeña falta de confianza y creo también que la atribuyó a mi cariño protector respecto de Lucía y no a lo que él destilaba directamente en mí. Ahora quisiera no haber sentido aquello. ¿Y por qué? Él ahora no puede oírme. Bueno, estamos llenos de un pudor irrefrenable que nos gobierna, a pesar de nuestra aparente libertad; quizá ese pudor nos proteja de que los demás no vayan a aparecer en nuestro entierro. ¿Y qué más da ya? No, parece que sí importa, parece que aún queremos controlar cómo será nuestro entierro, o nuestro funeral, como si fuera un acto aún nuestro y no es más que un acto de los demás para poder olvidar sin pudor, como todos se olvidarán de mí, aunque quizá en alguna reunión se acuerden de algún dicho u ocurrencia de las mías que tanta gracia les hacían.
Bueno, volvamos a lo que quiero recordar.
(Continuará)
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