Ir al contenido principal

PAPELES PÓSTUMOS DE "ROJO" (V)

 


 

No he podido, o sabido, encontrar otra forma de hacer pública mi penúltima novela que publicarla por entregas aquí.

Eso voy a hacer en los próximos días, un fragmento por día, en paralelo a mi página de Facebook:

https://www.facebook.com/independiente.trashumante

Su título es:

PAPELES PÓSTUMOS DE “ROJO” (copyright Alfonso Blanco Martín)

 

 (Quien desee tenerla y leerla completa, no tiene más que escribirme a trasindependiente@gmail.com, o por “messenger” en Facebook, y por 10 euros (gastos de envío incluidos) se la imprimiré y se la enviaré dedicada por correo)

 

***

 

Y conocí antes, aunque sin pisarla, en la lejanía, aquella orilla a la que temía y que me atraía que la ciudad en la que se incrustaba mi barrio, lo que constituía el jardín de mi hogar, sin yo saberlo. Fue mi padre, en un arranque de algo que debería haber sido cariño pero que tenía otra denominación por inventar, quien me descubrió, cuando un domingo me llevó a ver el elefante, que la vida de mi barrio era un trocito exiliado de la vida de la ciudad; una vida repleta de gentes, de ruidos, de enormes árboles, de grandes y pequeñas casas de colores. Muchas de ellas con jardín, asomadas al empedrado desigual de las calles que más tarde supe era capaz de absorber en poco tiempo las tremendas lluvias que azotaban de vez en cuando aquella parte del mundo, como si el río las convocara para mantener esa fuerza lejana que yo temía y me atraía.

 

El elefante fue para mí la representación del mundo, de todo lo que no era mi barrio. Ver su piel arrugada y parda cubriendo su grandeza fue como cruzar a la otra orilla del río, descubrir la maravilla y vivir el temor de lo por conocer, temblar gracias a una mezcla preciosa de temor y curiosidad que me inundaba la piel y modificaba mi mirada y mis sueños.

 

Con aquel hombre redondo emprendí el que ahora considero el gran viaje de mi vida, a pesar de no poder compararse con el que me trajo aquí. Mi padre no era gordo, pero a mí me daba la sensación de ser redondo. Su cabeza era redonda, y su nariz, incluso su boca. Era un hombre grande, o a mí me lo parecía, y la visita al elefante junto a él se me hizo como visitar a un pariente suyo.

 

Tuvimos que caminar hasta la parada del autobús, acceder a calles anchas y rectas que yo desconocía que existieran tan cerca de mi vida. Casi no hablamos por el camino porque él iba saludando a muchos conocidos con su español con acento indígena tan característico que lo diferenciaba de la lengua de mi madre, esa otra que yo casi he olvidado ahora, pero en la que aún hoy sueño algunas veces. Yo, contenta, callaba y me iba quedando dentro todas las impresiones que los coches, los que para mí eran grandes edificios, los árboles, me llenaban el alma y me hacían callar y respirar de una forma que me parecía nueva, como nuevo fue el traqueteo del autobús en el que fuimos sentados juntos, yo con algo de miedo y él con una sensación de orgullo que hoy me parece asomaba a su cara. Transcurrió el tiempo del viaje sin avanzar, como si el traqueteo de la vejez del vehículo no existiera, como si los desvencijados asientos fueran un transporte mágico hacia el parque donde yo iba a ser feliz.  

 

(Continuará)

Comentarios

Entradas populares de este blog

EL OCASO, LA AURORA

  Por muy hermoso que pueda ser un atardecer en Praga, en el Río de la Plata o en el Sahara, el amanecer nos espera como una puerta abierta a cualquier posibilidad que podamos inventar, sirviéndole de alternativa. Su belleza se encuentra en su potencialidad luminosa y en el ofrecimiento que nos hace de seguir caminando, incluso aunque solo sea en círculo. Y nuestro deseo de luz no se produce para que quede iluminado algo que pertenece al pasado, como en la imagen hoy irrepetible, que ha sido aniquilado cumpliendo el afán destructivo que caracteriza hoy las sociedades humanas y que pretende sustituir el afán de renovación que caracteriza nuestros mejores momentos.  ¿Cómo diferenciar la aurora del ocaso? Solo podemos hacerlo gracias a nuestra disposición a vivir o a descansar, a olvidar, a recordar y a renovar la vida en su constante cambio y en su permanencia inestable, la que proporciona esos momentos de felicidad que dan sentido al recorrido circular

COMUNICARSE

Desde que comenzó el año he dedicado parte de mi tiempo a compartir con quien le interese una de mis pasiones, la fotografía, gracias a la existencia de comunidades en la red que permiten hacerlo con personas de cualquier parte del mundo. Está siendo una gran experiencia por lo que supone contemplar lo que produce esa misma pasión en otras personas y lo que sugiere en ellas el producto de la mía. Resultado de esa agradable experiencia es que uno, sin pretenderlo, llega a conocer lo que más gusta a otros de lo que produce. Una curiosa experiencia esta de la comunicación que pone en valor unas fotografías sobre otras y enseña lo que uno es capaz de comunicar aunque no lo pretenda. Dejo aquí algunas de las fotografías que más han gustado y que han hecho que yo aprenda y sepa algo más de lo que somos, queremos, apreciamos y disfrutamos quienes nos decidimos a comunicarnos, en este caso a través de la imagen: Cómo me alegró que esta fotografía, tomada a más de 4300 metros de

ACTUALIDAD CIUDADANA

El otro día me encontré llorando ante las noticias que llegaban desde París, ante la barbarie indiscriminada y ante las reacciones de fuerza y miedo de los ciudadanos por excelencia que son los habitantes de la extraordinaria capital de Francia. La tristeza es una reacción normal ante la violencia ejercida contra mis vecinos, en sus lugares de encuentro y en unas calles a las que amo tanto por vivencias personales como por ser calles emblemáticas de la convivencia ciudadana. Pero lo más normal puede que no sea lo más deseable. No me he encontrado llorando ante los continuos atentados con un volumen de muertos ya incontable en países como Irak, Siria o Líbano, países que parecen ajenos a nosotros pero de cuya historia también somos herederos, aunque lo olvidemos más fácilmente que la herencia de la ciudadanía creada y recreada en Francia y puesta en práctica durante siglos en las hoy azotadas calles de París. ¿Seguiré (seguiremos) sin tener la auténtica e íntima conciencia