No he podido, o sabido, encontrar otra forma de hacer pública mi penúltima novela que publicarla por entregas aquí.
Eso voy a hacer en los próximos días, un fragmento por día, en paralelo a mi página de Facebook:
https://www.facebook.com/independiente.trashumante
Su título es:
PAPELES PÓSTUMOS DE “ROJO” (copyright Alfonso Blanco Martín)
(Quien desee tenerla y leerla completa, no tiene más que escribirme a trasindependiente@gmail.com, o por “messenger” en Facebook, y por 10 euros (gastos de envío incluidos) se la imprimiré y se la enviaré dedicada por correo)
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Cuando llegué aquí, todavía niña, después de que la muerte me separara de mi madre de una forma tan brusca que todavía no he podido digerirla, después de que la masculinidad de mi padre me abandonara con idéntica brusquedad, pude ver y sentir que el mundo femenino también existía y que no era aquel de mi pequeño pueblo, el barrio insertado en la ciudad del que yo casi nunca había salido, quizá solo en sueños. El mundo, todo lo que no era mi mundo, consistía en la vista del río y las fábricas, y en un elefante pacífico con el que soñar. El nuevo mundo femenino, ¿qué era? Las sonrisas de la familia de mis nuevos padres no eran las de las vecinas de las calles del cerro. Eran alegres, pero no tenían color, su alegría parecía referirse a ellos mismos, a sus cualidades, no a mi presencia. En la comisura de las sonrisas de mis nuevos padres había algo que hoy creo que expresaba la ausencia de hijos anteriores a mí. Y Matilde, la vecina de mi madre, la del cuarto C, que casi todos los días aparecía por casa con algo que contar y mucho que escuchar, no tenía la presencia de la señora Florinda, su redondez encarnada y tierna, su empuje y valor tan femeninos como sabedores de la escasa utilidad masculina.
Me acostumbré, dejé de echar de menos aquel mundo de mujeres redondo y pleno, incluso llegué a pensar, o a sentir, que la vida que ahora me rodeaba y en la que iba a vivir siempre, o eso creía, era mejor que aquella de la que yo procedía, por más organizada, por más benévola con todos en su aparente amplitud, aunque falta de aquellas mañanas de la plaza femenina. Lo llegué a pensar y se ha hecho realidad, de una forma diferente a lo que pensé al principio de venir aquí, de una forma más flexible y más dura, como construida de madera; una forma que hoy me permite recordar aquellos días infantiles con una nostalgia que supongo se parece a la de cualquiera que no haya vivido la peculiaridad de haber nacido a un lado de un océano, con una familia que ya no es la suya, y haber crecido al otro lado del mismo océano con otra familia, en una ciudad que aunque también puede que tenga un pueblo dentro de sus límites ya no es el mío, ni siquiera vivo en él, y por el que paseo como una visitante, no como aquella niña que soy y que desea ser siempre, fuerte y serena, aunque quizá algo nostálgica sin que nadie lo sepa.
(Continuará)
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