No he podido, o sabido, encontrar otra forma de hacer pública mi penúltima novela que publicarla por entregas aquí.
Eso voy a hacer en los próximos días, un fragmento por día, en paralelo a mi página de Facebook:
https://www.facebook.com/independiente.trashumante
Su título es:
PAPELES PÓSTUMOS DE “ROJO” (copyright Alfonso Blanco Martín)
(Quien desee tenerla y leerla completa, no tiene más que escribirme a trasindependiente@gmail.com, o por “messenger” en Facebook, y por 10 euros (gastos de envío incluidos) se la imprimiré y se la enviaré dedicada por correo)
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Mi trabajo se desarrolla en una empresa de redacción. Somos escritores por encargo, auténticos profesionales de la palabra anodina, esa que no puede ni quiere distinguirse por el estilo con que se une una con otra, sino que pretende que quede clara la noticia, el comunicado, la publicidad o la propaganda que se nos encargue. Eso que se supone es el puro comunicar es nuestro trabajo diario. Parece sencillo, pero la neutralidad escrita, e intencionada, no es algo banal cuando se convierte en protagonista; la pervierte y la transforma en una perseguidora que no perdona. Hay que contar con énfasis y neutralidad una noticia, o hay que comunicar las condiciones de compra de un producto con neutralidad y énfasis. La neutralidad de nuestra dedicación profesional es todo menos neutra, quizá es incluso demasiado enfática. Cualquier desliz provoca una desviación en la neutralidad que rompe el sentido de nuestro trabajo, aquello por lo que nuestra empresa es contratada por una administración, una fábrica o un negocio que desea exponer a la mayor cantidad de público posible (futuros compradores, o votantes, o adherentes) lo que ofrece, lo que diferencia su producto de otros, lo que el consumidor no dejará de necesitar o el ciudadano no dejará de aprobar. Aquello que distingue y aquello que funde, aquello que puede permanecer en la mente superficial de cualquiera y llegar hasta el bolsillo o el voto del destinatario de nuestros conjuntos de palabras siempre correctas, siempre con vocación de sorprender o, más bien, enganchar, siempre manteniendo el nivel del lenguaje que se supone es el de todos, y que en realidad no pertenece a nadie.
Aquello que las redes sociales no dejarán de seguir y criticar, que irá a su vez seguido de muchos números que multiplicarán su visibilidad. Palabra, palabras que acierten con la morbosidad esperada por el público, ese número sin ideas, con el anhelo de cualquiera que es perseguido por sus horarios, por una falta de libertad que ni vive ni es pesadilla, por todos los que suman “likes” incontrolados que pesan como negocio en múltiples lugares que a nosotros, los escritores enfundados en lo correcto que mueve el mundo, se nos escapan aunque seamos sus generadores, sus esclavos y sus amos inventivos.
Pero nuestra cotidianidad profesional es bastante llevadera. Cuando el estilo es la neutralidad y la gramática se convierte en el subrayado del producto o servicio que se pretende difundir, todo queda fácilmente amasable y listo para funcionar. Hay un habitar la neutralidad que se convierte en el hogar de nuestro horario, de nuestras reuniones y continuo destilar palabras, un hogar lleno de colores pálidos, sin aristas, un hogar que incluya a ciegos y halcones, a diestros y siniestros, a hambrones y famélicos, a géneros y a degenerados, a la mayor cantidad de todo y de todos quienes, sin mucha imaginación, se dejen llevar por una neutralidad arropada de brillante atractivo.
(Continuará)
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