No he podido, o sabido, encontrar otra forma de hacer pública mi penúltima novela que publicarla por entregas aquí.
Eso voy a hacer en los próximos días, un fragmento por día, en paralelo a mi página de Facebook:
https://www.facebook.com/independiente.trashumante
Su título es:
PAPELES PÓSTUMOS DE “ROJO” (copyright Alfonso Blanco Martín)
(Quien desee tenerla y leerla completa, no tiene más que escribirme a trasindependiente@gmail.com, o por “messenger” en Facebook, y por 10 euros (gastos de envío incluidos) se la imprimiré y se la enviaré dedicada por correo)
***
IV
Lucía es mi novia, mi mujer amada, ese rayo que todo lo ilumina, incluso cuando no está a mi lado, por ponerme un poco cursi y desbaratar de esa forma cualquier pretensión de trascendencia tan mal vista como inútil.
Una Orlando en mi vida, una mujer que se conoce y desconoce tanto como la heroína woolfiana, una mujer que aparece en mi vida para desbaratarla y completarla, para hacer que tenga sentido y para arrebatárselo, para no saber si sería mejor vivir de otra forma y para inventar la forma única de vivir que es hacerlo con ella. ¿Quién podría ser la heroína cuya magia se encuentra en su propio ser real sino Lucía? ¿Con quién sentir sino con ella lo que se escapa mientras su cercanía arroja luz sobre lo que uno pudiera ser? ¿Quién, sino ella, podría estar buscándose a sí misma sin estar perdida, sin dejar de ofrecer todo el amor que me exige porque sabe que con ella rebosan mis propias capacidades? Ella es la pregunta para la que no tengo respuesta. Ella es las preguntas que deseo para no saber responder. Una pluralidad que se unifica en nuestro estar juntos y en el deseo de entrega que creo compartir con su cuerpo, con sus silencios y palabras, con su independencia y su cercanía, con el todo que he querido que ella sea y que se ha cumplido en nuestro encuentro.
Sé lo que digo cuando me expreso así y sé lo que no sé decir porque es sensación y elección que no puedo separar entre sí mientras pienso en ella, mientras recupero lo que me produce haberla encontrado. El hecho de que nuestro encuentro se materialice en este vivir juntos que parece hubiera sido decidido antes del propio encuentro, que parece marcar la vida que llevé antes de conocerla, toda una juventud intensa y apasionada que iba a ser casi borrada por la pasión que ella despertó en mí, una pasión que se hacía novedad y que me regalaba una nueva vida. Aquella vida anterior que recuerdo como si me la hubieran contado es, fue, la tierra sobre la que se asienta la nueva vida, la definitiva, la que ya hace años que dejo que suceda con ella, que deseo que suceda siempre, aun con las dudas que la realidad que generamos juntos me trae y que ella parece no compartir conmigo mientras las asume y me las echa en cara sin palabras, con miradas exigentes, con silencios que parecen ser el comienzo de una acusación y se deshacen en una invitación, con su hablar suave y preciso, con esos momentos en que las caricias acompañan a la palabra, y con esos otros momentos en que la sustituyen o la hacen olvidar. Los momentos que me convierten en otro, alguien deseado por mí pero que soy incapaz de ser hasta que ella no lo modela, no me modela haciendo que me encuentre aún más conmigo mismo siendo otro, suyo, ignorado hasta la existencia de su caricia y olvidado hasta que su pasión y la mía se desatan. La pasión que descubrí con ella, yo, el apasionado, quizá el presunto apasionado hasta que nos encontramos, el que creía en la pasión con el interés de quien no puede evitarla, con el afán del creyente, con la lucidez de quien no evita lo evitable para poder contarse a sí mismo lo mejor que pudiera llegar a ser según un código que no cumple las expectativas de su educación sino las reglas de un anarquía ordenada, íntima, que nadie puede observar y que, en su incomunicabilidad, posee algo salvaje cuya doma es tarea y reto. Yo, ese que no quiere ser protagonista de esto que escribe y que no puede evitar serlo porque se coloca ante la posibilidad de enfundar en palabras hechos y sensaciones que son míos sin querer ni poder evitarlo. Siento ahora la sensación de testamento y me disgusta. Este relato del hoy no desea ser testamento de ese humano que ahora soy, que fue otro, y que será alguien más cuando alcance, si la durabilidad lo permite, la edad de la inocencia perdida y encontrada, perdida por la lejanía de la muerte del nacimiento, encontrada por la constatación de que no hay pensamiento más certero que el del inocente condenado a muerte.
(Continuará)
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