Ir al contenido principal

PAPELES PÓSTUMOS DE "ROJO" (XI)


 

 

No he podido, o sabido, encontrar otra forma de hacer pública mi penúltima novela que publicarla por entregas aquí.

Eso voy a hacer en los próximos días, un fragmento por día, en paralelo a mi página de Facebook:

https://www.facebook.com/independiente.trashumante

Su título es:

PAPELES PÓSTUMOS DE “ROJO” (copyright Alfonso Blanco Martín)

 

 (Quien desee tenerla y leerla completa, no tiene más que escribirme a trasindependiente@gmail.com, o por “messenger” en Facebook, y por 10 euros (gastos de envío incluidos) se la imprimiré y se la enviaré dedicada por correo)

 

***

 

Aquel colegio que me reconocía como Rojo también me aportó la amistad de Alfonso, un compañero considerado taciturno entonces, aunque nadie empleara ese término, con el que fui intimando entre juegos y palabras hasta que nuestra relación pareció convertirse en indestructible de una forma desapasionada que quizá está más cerca de su forma de ser que de la mía, creo que más constructiva y apasionada. Desde que salimos del colegio fueron disminuyendo nuestros juegos y aumentando las palabras mientras nuestras vidas recorrían sus caminos, tan diferentes, aunque tan iguales cuando estamos juntos. Él ha recorrido el camino de la soledad, el camino que parte de la compañía y lleva hasta él mismo no por desprecio de los otros, sino por acercamiento al vacío pozo de lo que se desea. Yo he recorrido un camino casual que me ha llenado de felicidades y de vacíos, un camino partido en dos fragmentos desde hace unos años, desde que me uní a Lucía sin elección posible. Dos fragmentos que son uno, que son yo mismo y que son un pasado y un presente, así los veo ahora y así siento que la vida se renueva constantemente hasta alcanzar ese benéfico horizonte que es el final.

Alfonso, narrado aquí, parece un Sócrates inventado por mí, un personaje literario, aunque muy real, que siempre es mi referencia ineludible, mi maestro en alguna forma sin él pretenderlo ni yo reconocérselo. Maestro acompañante, compañero maestro negado en esa faceta que yo mismo le otorgo y no le digo, que en estos momentos reconozco por primera vez y le doy forma con estas palabras.

La cercanía al apellido que heredé de mi padre no tiene ninguna relación con echar de menos ahora a aquella figura hoy desaparecida, ni fui un niño que lo echara de menos cuando aún vivía. Mi padre era un hombre correcto en todos los sentidos, sus facciones no llamaban la atención, sus opiniones eran moderadas aunque intentaran no llegar a ser mediocres, su relación con mi madre era todo lo correcta que puede ser la relación de un hombre con una mujer y, seguramente, mucho menos incorrecta de lo que ella hubiera deseado, incluso la relación con sus hijos era tan correcta que nos impedía rebelarnos, aunque no pudiéramos mantener ningún respeto por aquello que, cuando éramos niños, no sabíamos nombrar pero sí sabíamos odiar con esa suavidad e intensidad del odio en los niños que lo transforman en una pasión menor y tolerable, incluso afectada por un encanto que solo los niños manejan de una forma que nada tiene que ver con saber hacerlo, sino con la intuición propia de la vida que bulle. Mi padre era un lagarto en un secarral, de esos que camuflan su piel con el color de la arena y las piedras sobre los que se mueven, con esa capacidad de inmovilizarse que les proporciona las oportunidades de comer y de no ser comido. En algún momento eché de menos algo más, algo diferente, una sangre más caliente; quise otra actitud en él sin saber definirla entonces, algo menos de corrección y algo que estuviera más cerca de la pasión; seguramente soñé sin poder recordarlo que el lagarto fuera un dragón de fuego y aire dispuesto a ser tan fiero como tan cercano a alguien, yo, a quien proteger con su duro vuelo y su aliento estremecedor. Más tarde, y ya era tarde, supe que no recibía de él menos de lo que podría recibir, de lo que su corrección era capaz de identificar como amor, como dedicación a su familia, como entrega total, si es que la totalidad formó parte de su escueto mundo, ese mundo del que mi madre no lograba sacar el partido que a ella le hubiera gustado, con su alegría cargada de inocencia, aunque inteligente. El dragón que quizá él mismo en su niñez deseó ser se quedó en lagarto sin queja alguna, al menos que pudiera ser atisbada por quienes le rodeábamos, incluida mi madre.

 

(Continuará)

Comentarios

Entradas populares de este blog

CAMINO DEL FIN DEL MUNDO

Camino del desierto marroquí, desde Marrakech, uno espera encontrar cómo el paisaje se va volviendo más seco, más inhabitable, menos verde, más duro. Pero viajar consiste en asumir sorpresas constantes y, una vez más, ese camino no es lo que uno espera aunque sí algo que quizá hubiera deseado. La tremenda presencia de los cercanos montes del Atlas alimentan caudalosos ríos que dan vida a múltiples valles y poblaciones llenos de bullicio y actividad humana que, desde hace milenios, han convertido aquella región en un lugar que transforma la dureza en vida. El camino hacia lo que uno pensaba que sería la nada es un todo atractivo, único, pleno e inolvidable.

MELANCOLÍA

Uno ha disfrutado y estudiado en imágenes las obras de la Antigua Grecia antes de verlas en directo, y esa es una experiencia que le reserva algunas sorpresas, entre ellas aparece la representación de sensaciones que no esperaba, unas más comprensibles que otras, y una de las más comprensibles e inesperadas es la representación de la melancolía en una faceta serena que sorprende y atrae mucho al contemplador que intenta vivir aquellas obras como si fueran algo suyo. Clasicismo, democracia, filosofía, convivencia, origen, ciencia, historia… son algunas de las palabras que con toda naturalidad se aparecen en la mente de quien recrea la Grecia Antigua, pero melancolía… No, no es lo que uno espera aplicar a aquella cultura desaparecida aunque muy viva hoy en los entresijos de los orígenes de nuestro estar en el mundo. Pero, claro, cuando se califica una civilización desaparecida se olvida fácilmente que, en ella, como en todas las civilizaciones y culturas, como en cualquier tiempo

EL COLOR

Los que tenemos la fortuna de ver somos alcanzados por forma y color de una forma inseparable, pero el color tiene una potencia que la forma, con su delimitación aparente,  no llega a disuadir. El color parece apuntar a unas capacidades más allá de la supervivencia, esas capacidades que un día se llamaron espirituales y que hoy se podrían denominar más humanas que económicas. El color no describe, no limita, alimenta la parte que es pura visión, quiere a la sensibilidad y es capaz de negar el tacto. El blanco, la luz pura, es la suma de todos los colores. El negro, la negación de la luz, también lo es. ¿Quién puede desentrañar esa enigmática paradoja? Cada color, cada reflejo del sol o la luna en el agua, cada brillo de la piel del amado o de la amada, cada hoja viva o muerta, cada mancha del animal, cada despertar con su apertura del párpado a la luz, cada molécula visible brillando en las diferentes horas del día o de la noche... Cada partícula de color desentraña la paradoja