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PAPELES PÓSTUMOS DE "ROJO" (IV)

 


 

No he podido, o sabido, encontrar otra forma de hacer pública mi penúltima novela que publicarla por entregas aquí.

Eso voy a hacer en los próximos días, un fragmento por día, en paralelo a mi página de Facebook:

https://www.facebook.com/independiente.trashumante

Su título es:

PAPELES PÓSTUMOS DE “ROJO” (copyright Alfonso Blanco Martín)

 

 (Quien desee tenerla y leerla completa, no tiene más que escribirme a trasindependiente@gmail.com, o por “messenger” en Facebook, y por 10 euros (gastos de envío incluidos) se la imprimiré y se la enviaré dedicada por correo)

 

***

 

Las historias de los granjeros que hacía mucho tiempo habían venido de muy lejos, del otro lado del Océano, de una Europa con problemas, que llevaban una vida diferente, una ropa diferente, que tenían una religión diferente, aunque muy parecida a la nuestra. Los granjeros que vivían lejos de esa otra orilla del río, en el lugar hacia el que no cruzaba ningún puente en los años de mi infancia. Los granjeros que nos vendían leche, yogures, dulce, los mejores que se podían encontrar y que ellos parecían mimar con sus, para nosotros, extrañas costumbres y aspecto extranjero.

Las historias de los indios y la vida salvaje, del desierto y la selva, trozos de naturaleza que se aparecían en mi interior, a pesar de sus diferencias, como si fueran hermanos gemelos que anhelaran vivir juntos. Lo mismo era una palmera que una vaca, un indio que un jaguar, un extraño granjero que un pedazo de mantequilla. En lo que ahora siento como mi pequeña gran mente de entonces todo formaba un batiburrillo que se podía cortar en pedazos a los que yo accedía a veces en mis noches, sin querer, y a veces en mis días, soñando despierta y jugando a ser, en mi cabeza, uno de aquellos seres, animal, planta o humano, que vivían más allá del río y que yo nunca había visto aunque me parecieran más reales que los extraños hombres que veía en mi barrio aparecer como de la nada en las tardes de lo que era el mundo para mí entonces.

La pequeña plaza a la que se asomaba mi casa era como un refugio y un escenario que contenía aquellas historias y que me defendía de ellas, que me permitía soñar con ellas sin que el jaguar acercara sus uñas a mi cara, sin que no pudiera entenderme con la tribu de desnudos indígenas, sin que los granjeros no quisieran responderme a mis dudas sobre su religión y su apartada forma de vida, sin que nada me hiciera daño.

Nunca pisé aquella otra tierra que formaba parte de mi país, era, y aún es, una orilla mítica y soñada. Una orilla en la que me parece encontrarme ahora, aunque viva tan lejos de aquellas profundas aguas. En esta otra tierra que amo, en la que ahora vivo y en la que creo que permaneceré para siempre, que se me ha hecho tan cotidiana que me permite echar de menos aquella de la que procedo o incluso aquella otra orilla que nunca pisé y que se ha convertido ahora en mi mente en el equivalente a esta otra orilla del Océano que me separa de mis queridos orígenes.

 

(Continuará)

 

 

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