No he podido, o sabido, encontrar otra forma de hacer pública mi penúltima novela que publicarla por entregas aquí.
Eso voy a hacer en los próximos días, un fragmento por día, en paralelo a mi página de Facebook:
https://www.facebook.com/independiente.trashumante
Su título es:
PAPELES PÓSTUMOS DE “ROJO” (copyright Alfonso Blanco Martín)
(Quien desee tenerla y leerla completa, no tiene más que escribirme a trasindependiente@gmail.com, o por “messenger” en Facebook, y por 10 euros (gastos de envío incluidos) se la imprimiré y se la enviaré dedicada por correo)
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Y nada de lo que he contado hasta ahora es lo que quería contar, lo que me ha llevado a iniciar estas páginas. Es tan intenso y tan poco importante que quizá esa sea la causa de que hasta aquí no haya empezado a poner en palabras lo que me ocurre desde hace unos días, las anécdotas que me inquietan y me empujan a escribir mi historia, lo que sé de mí, lo que dudo de mí y que parece centrado ahora en lo que voy a contar a partir de aquí.
Unos hechos reales, unas sensaciones subjetivas, y un inventar, como siempre que se usa la palabra, la historia que está sucediendo, las de sus protagonistas aparentes (inevitablemente yo entre ellos) y las de sus personajes secundarios (quizá lo más divertido, lo que sazona el plato para animar a seguir trabajando en él).
En realidad. la historia que quiero contar comienza cuando conocí a Luis o, mejor dicho, cuando él comenzó a acercarse a mí. Un día de inicios de la primavera, entre nubes y esa luz brillante y tamizada que no vuelve a repetirse el resto del año, aunque el otoño pretenda emularla, en que yo había estado bastante ocupado en dar los últimos toques a la redacción del folleto sobre la necesidad de los protocolos de calidad en un conocido laboratorio farmacéutico para su presentación ante el comité de redacción, y en el que me encontraba bastante satisfecho con mi trabajo y con la resonancia que había producido en mis compañeros más directos. Buena parte del trabajo, de cualquier trabajo, consiste es una función social que sostiene la propia vida y la de todos los que se entrelazan en él, una función social trufada de reuniones, informes, peticiones, firmas, solicitudes, estrategias aparentemente comerciales, dinero que va y que viene en manos de otros y que parece el conjunto de células que fluyen para que la vida siga, la vida económica que aparenta ser la vida verdadera, la pintada en los billetes, grabada en las monedas y oculta en el brillo de las tarjetas.
Cuando se acerca uno al tema del dinero la cosa ya empieza a confundirse con el poder, el poder anda flotando en las oficinas y en las fábricas, se agazapa solapadamente detrás de cada pieza que ensamblar, junto a cada ordenador, entre las líneas de cada informe y balance. El poder da la cara solo en pequeñas dosis, cuando se ordena amable o fatídicamente algo al subalterno que cada uno tiene cerca. El auténtico poder es una fina trama escondida en los entresijos de las actividades asalariadas o de los profesionales liberales que se sienten más libres que el resto, aunque el poder esté mejor infiltrado en ellos. Las personas, los personajes, que lo ejercen se sientan en butacas de diseño tradicional o hiper moderno, en salas funcionales o palaciegas, y no necesitan reunirse para estar de acuerdo, aunque sí para hacer intercambio de dinero virtual, de sociedades humanas e infrahumanas que ellos dirigen en la lejanía gracias a los pequeños poderosos a los que todos conocemos en nuestros lugares de trabajo y de los que formamos parte aun sin querer o negando con énfasis de antiguo proletario la realidad que manejamos y nos maneja.
(Continuará)
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