No he podido, o sabido, encontrar otra forma de hacer pública mi penúltima novela que publicarla por entregas aquí.
Eso voy a hacer en los próximos días, un fragmento por día, en paralelo a mi página de Facebook:
https://www.facebook.com/independiente.trashumante
Su título es:
PAPELES PÓSTUMOS DE “ROJO” (copyright Alfonso Blanco Martín)
(Quien desee tenerla y leerla completa, no tiene más que escribirme a trasindependiente@gmail.com, o por “messenger” en Facebook, y por 10 euros (gastos de envío incluidos) se la imprimiré y se la enviaré dedicada por correo)
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Mi propio estar como Daniel no es mío, no lo siento como mío y no sé explicarlo, solo sé que no me identifico con el nombre que me nombra. En cambio, Rojo me llama y lo siento mío, no es un color, es mi intimidad, como el interior brillante y oscuro de una concha marina que permite que la viscosidad de su inquilino se mantenga atrapada en lo que él no sabe que es su ser. Es lo que deseo mostrar y esconder, es algo así como si pudiera tener un yo (imposible realidad que se me impone sin creer en ella) que me perteneciera solo a mí, no ese yo de mi nombre que es el yo de cualquiera, el yo de alguien que vive y va muriendo, como todos.
Cuánta felicidad sencilla y cómoda me ha proporcionado mi apellido, es algo que celebro cada día, que me une a la etapa en que superé por olvido las pequeñas lacras del colegio, que entonces no me parecían lacras sino piedras del camino de la vida, y que se me hacían tan grandes que a veces pensaba o sentía que no podría con ellas, en una soledad inventada por mí que incluía el desconocimiento de compartir la pesada sonoridad de aquella escuela con muchos otros compañeros, quizá con sus soledades.
Rojo me aleja, curiosamente, de las estadísticas en las que participa Daniel, como cualquier otro humano, esas de las que no se puede huir aunque su fundamento sean unos números que nada expresan y todo lo tiranizan, la estadística de los niños o los jóvenes cuando lo era, la de los trabajadores por cuenta ajena ahora, la de los hombres sanos mientras dure, la de los mayores de cuarenta enamorados, como ahora soy, la de quienes piensan y sueñan en la muerte como final y principio sin tener fe (¿habrá una estadística para eso?), la de los hombres sin hijos (hasta ahora), la de los europeos que se creen cosmopolitas (en sus sueños, los míos), la de los urbanitas con vocación de paseantes (sin rumbo y con rumbo), la de los solitarios simpáticos (o eso creo), la de los escribientes (con vocación de serlo siempre).
(Continuará)
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