No he podido, o sabido, encontrar otra forma de hacer pública mi penúltima novela que publicarla por entregas aquí.
Eso voy a hacer en los próximos días, un fragmento por día, en paralelo a mi página de Facebook:
https://www.facebook.com/independiente.trashumante
Su título es:
PAPELES PÓSTUMOS DE “ROJO” (copyright Alfonso Blanco Martín)
(Quien desee tenerla y leerla completa, no tiene más que escribirme a trasindependiente@gmail.com, o por “messenger” en Facebook, y por 10 euros (gastos de envío incluidos) se la imprimiré y se la enviaré dedicada por correo)
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Hoy mis caricias son ya historia, y no porque se hayan terminado. Nuestro deambular juntos por la piel que nuestras pieles forman unidas continúa su camino, siguen siendo hermosos nuestros roces, nuestras llegadas a la mirada y nuestro evitarlas, nuestro recorrernos con una pasión decadente llena de dulzura, de conocimiento y de repaso de lo que fuimos y somos. Mis caricias son historia porque están llenas de recuerdos, son ya memoria de cuando la conocí y la toqué por primera vez. Me enredo en este desear y en este recordar deseando con el conocimiento de que algo no hago bien y de que algo sigue siendo un fragmento de felicidad. Con la constatación en la memoria de aquel primer roce, de las yemas de sus dedos, portales de lo que sus pechos me hicieron temblar, de aquello que aprendí en los surcos de su piel entre morena y blanca, de los finales de sus confines que me llevaban al límite de la sensación, que hoy recorro como entonces de una forma que quizá se considere atemperada, pero que es en realidad una implosión constante de mis sentidos que me hace vivir como si no fueran a envejecer.
Las suyas las recibo como el regalo que siempre han sido para mí, como el olvido de lo que soy o cómo soy transformado en sensación de un ahora que parece eterno, como el de los insectos constructores, como el de la deriva de una galaxia. Pero me pregunto después, nunca antes, cómo mi amada continúa siendo caricia y deseando caricia, cómo sabe indicarme sin palabras lo que debo hacer para que exista su felicidad, como si moviera los hilos de mis dedos, de mis muslos, de mis piernas, de las aletas de mi nariz, de labios y lengua que se hacen suyos por fuerza de ser míos, la fuerza de su mirada, de su ceguera cuando ella se pierde en sí misma, de sus cortos gemidos, de su respiración levísima.
Dice Alfonso que ponerse en situación de recrear el recuerdo, de convocarlo y jugar con él, como siempre pide y ofrece, es arriesgado y está lleno de posibilidades sentimentales que agradan a cualquiera. Supongo que es una actividad de los ancianos que sus cargadas mentes y la fragilidad de sus cuerpos provocan, y en los que nos encontramos en el centro de la edad madura es un principio de afirmación de nuestra vida ya no joven, pero nada vieja, es una convocatoria de la muerte mientras se la exorciza y es un convocar a las sensaciones cuando éstas han perdido esa capacidad invasora de la juventud, esa violencia impositiva con la que parecen venir desde fuera de nosotros mismos y empujarnos con una potencia ingobernable.
(Continuará)
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