No he podido, o sabido, encontrar otra forma de hacer pública mi penúltima novela que publicarla por entregas aquí.
Eso voy a hacer en los próximos días, un fragmento por día, en paralelo a mi página de Facebook:
https://www.facebook.com/independiente.trashumante
Su título es:
PAPELES PÓSTUMOS DE “ROJO” (copyright Alfonso Blanco Martín)
(Quien desee tenerla y leerla completa, no tiene más que escribirme a trasindependiente@gmail.com, o por “messenger” en Facebook, y por 10 euros (gastos de envío incluidos) se la imprimiré y se la enviaré dedicada por correo)
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Estaba callado mientras esos pensamientos recorrían mi mente y, en la penumbra del local en el que estábamos, sentía de pronto que mi silencio le hizo sentirse abandonado, como si yo fuera uno más de los que no le tenían en cuenta, de los que apenas le dirigían la palabra, de los que lo ignoraban aun respetándolo. Quise arreglarlo diciendo "qué mujer tan interesante" y él me miró con conmiseración y abandono, como arrepintiéndose de su larga parrafada y reconociendo de nuevo su inanidad en mi silencio hacia él y en esa frase mía que nada significaba una vez más, una vez más.
El hueco vacío que yo acababa de crear entre nosotros crecía sin parar y proponerme estrecharlo con alguna otra afirmación casual no haría otra cosa que agrandarlo. Lo miré. Le sonreí como si le comprendiera y me acerqué un poco a él mientras levantaba mi mano hasta rozar su brazo, casi casualmente. El roce pareció sacarlo de su ensimismamiento solitario, pareció devolverlo al mundo y a mí. Sus ojos se agrandaron, las comisuras de su boca se destensaron y volvió su mirada hacia mi rostro mientras me agarraba un hombro con su mano y me lanzaba una mirada comprensiva, como respondiendo a alguna confesión mía grave y preocupante que él se ocupaba de comprender y compartir. Volví a hablar con lo que yo supuse era mi mejor tono, pero me salió un agudo y falsario tono que expresaba algo en torno al descanso. Su cara se oscureció de nuevo, su mano se replegó hacia su muslo y se levantó volviendo a ser el compañero de trabajo que nadie quiere, ni yo mismo. Su mirada me despreció sin perder un brillo humilde que me dedicaba. Dijo adiós, se levantó y se apartó de mí de una forma que impedía que lo siguiera o lo acompañara.
Pasé mala noche por lo que había ocurrido y por la propia preocupación en torno a que aquel personaje, no me dije amigo, no me dije compañero, no podía ser causa de inquietud y menos de insomnio.
Y lo es, y la amistad existe, y me molesta su escasa mirada clavada en mí, y no deseo que esto acabe, y no me gusta cómo está sucediendo, y parece que me picara mi propia indecisión, mi afán absurdo, mi no saber reenfocar lo que él me da y me exige parcamente.
(Continuará)
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