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PAPELES PÓSTUMOS DE "ROJO" (XLII)




No he podido, o sabido, encontrar otra forma de hacer pública mi penúltima novela que publicarla por entregas aquí.

Eso voy a hacer en los próximos días, un fragmento por día, en paralelo a mi página de Facebook:

https://www.facebook.com/independiente.trashumante

Su título es:

PAPELES PÓSTUMOS DE “ROJO” (copyright Alfonso Blanco Martín)

 

 (Quien desee tenerla y leerla completa, no tiene más que escribirme a trasindependiente@gmail.com, o por “messenger” en Facebook, y por 10 euros (gastos de envío incluidos) se la imprimiré y se la enviaré dedicada por correo)



***

 

XIV

 

Voy a intentar poner en palabras los retazos de la historia de su vida, o sus recuerdos, que fui conociendo a medida que hablaba con él.

 

- Ya sabes que me trajeron aquí hace muchos años por bondad. No les estoy agradecido a mis padres por ello, aunque no sería capaz de imaginarme otra vida que la que he vivido aquí, lejos de la mugre social y religiosa que recubría el lugar en que nací. Sí, ya sé que es penosa mi falta de agradecimiento, pero no puedo ser tan humano como tú, quizá no he tenido tanta suerte. No me digas que estoy neurótico. Lo conozco, conozco mi neurosis, la que parecía olvidada cuando salía con Ella. No, otra vez no, ya estoy con lo de siempre. Calla, calla, no podría soportar tu apoyo ahora, cuando me siento una vez más despreciado por mí mismo. Joder, soy un drama bobo. Tu amistad no lo merece y no sé si yo lo merezco…

 

- Cuando salí del pueblo y mis padres me llevaron a lo que yo creía entonces que era la gran ciudad, comencé a echar de menos las montañas, el verdor de los prados. Me sentía más encerrado entre las casas de la ciudad que entre mis montañas, aunque eran mucho más bajas y pareciera que menos amenazantes. Empecé a comprender lo que había sido la libertad de mi niñez que no había sabido apreciar cuando estaba viva, cuando mi niñez era muda y yo pretendía acallar su falta de sonido con las palabras que provenían de los adultos que me rodeaban y me querían sin un apego que yo no pudiera digerir, con un dejar hacer que nada tenía que ver con su forma de enfrentar el mundo sino con su forma de aceptar la vida como va viniendo. Pero no, la gran ciudad no era aquella ciudad acogedora que me volvía temeroso con su antigüedad y su pausado transcurrir, como codificado por las campanas que me atemorizaban un tanto. La gran ciudad fue ésta a la que me mudé más tarde, la que me trajo hasta Ella, la mujer que no supe comprender porque no lo necesité en el momento en que la conocí. La urbe se convirtió para mí, a los pocos meses de llegar, solo en el lugar por el que paseábamos y nos reíamos. Su risa era mi alimento, era mi proyecto, ensanchaba las calles estrechas y ajardinaba las avenidas, adornaba los lugares conocidos y llenaba de luz los barrios marginales mientras ampliaba cualquier estrechez en que me sintiera inmerso.

 

- Sabes que mi indecisión es compulsiva. No es que no sepa elegir, es que me siento incapaz de dar el primer paso. Quizá eso me unió a Ella, tan activa, tan dispuesta siempre a encenderme, como cumpliendo con el impulso masculino de iniciación de la relación, pero llegó el día en que nuestro juego la cansó. Yo no supe aprender, como siempre, no supe avanzar en el juego, transformarlo, hacerlo nuestro, quizá solo he empezado a saberlo cuando fui capaz de dar el primer paso hacia nuestra amistad.

 

(Continuará)

 

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