No he podido, o sabido, encontrar otra forma de hacer pública mi penúltima novela que publicarla por entregas aquí.
Eso voy a hacer en los próximos días, un fragmento por día, en paralelo a mi página de Facebook:
https://www.facebook.com/independiente.trashumante
Su título es:
PAPELES PÓSTUMOS DE “ROJO” (copyright Alfonso Blanco Martín)
(Quien desee tenerla y leerla completa, no tiene más que escribirme a trasindependiente@gmail.com, o por “messenger” en Facebook, y por 10 euros (gastos de envío incluidos) se la imprimiré y se la enviaré dedicada por correo)
***
IX
Ese Hamlet, tan dubitativo como el príncipe danés, aunque menos asertivo, se pregunta ante la calavera de su antigua novia si la vida merece la pena ser vivida. Se lo pregunta sin palabras, con su mirada fría y añorante que parece requerir del otro, de mí, que llene los huecos que él sufre y que se han producido por un destino en el que no cree y que le afecta negativamente…
Y yo soy el amigo que él ha pretendido que sea, que su imaginación recrea constantemente y que me hace sentirme en la piel de otro que soy yo mismo y al que no quiero reconocer. Es como si una mariposa fuera obligada a recubrirse de nuevo con el capullo que la protegió en su estado larvario y diera una imagen que le impidiera realizar los movimientos que le son propios.
Ese Hamlet podría haber sido tan insignificante como Zeno Cosini, pero lo era y no lo era, al menos no para mí que siempre lo tenía presente de una forma velada, quizá porque de alguna otra forma indefinible yo percibía sin creerlo que mi persona estaba presente en él. Esa persona que me habita como si fuera un invasor amable y deseado, esa persona a la que necesariamente he de llamar “yo” y en la que no creo, aunque intuya que mi doble, mi “döppelganger”, exista, incluso multiplicado, y sepa que nunca lo conoceré. Tengo demasiada vida ya vivida para poder hacerlo.
Cuando comenzamos lo que se podría llamar amistad, aunque la frialdad de la que estaba alimentada por mi parte pareciera negar ese calificativo, ya conocía yo a quien he llamado y llamaré Luis. ¿Cuántos años hacía que se había incorporado a la empresa? Como tantas otras características suyas esa se difuminaba en mis recuerdos, podrían ser tanto cinco como diez años. Unos días, meses y años en los que nos habíamos intercambiado algunos saludos y habíamos comprendido ambos que respetábamos el trabajo del otro desde lejos, sin implicarnos en cercanías más o menos amistosas. Algunas veces me había llamado la atención, en algún desayuno accidental en el que había participado con él o en alguna reunión conjunta, cómo su mutismo interpolado de alguna afirmación que nunca obtenía respuesta parecía enfocarse hacia mí gracias a una breve mirada que se dirigía hacia mis ojos y que no parecía ser casual.
(Continuará)
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