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PAPELES PÓSTUMOS DE "ROJO" (XXXVI)




No he podido, o sabido, encontrar otra forma de hacer pública mi penúltima novela que publicarla por entregas aquí.

Eso voy a hacer en los próximos días, un fragmento por día, en paralelo a mi página de Facebook:

https://www.facebook.com/independiente.trashumante

Su título es:

PAPELES PÓSTUMOS DE “ROJO” (copyright Alfonso Blanco Martín)

 

 (Quien desee tenerla y leerla completa, no tiene más que escribirme a trasindependiente@gmail.com, o por “messenger” en Facebook, y por 10 euros (gastos de envío incluidos) se la imprimiré y se la enviaré dedicada por correo)




***

 

XI


Aquel primer día fue el principio. Y qué difícil me resulta definir de qué fue el principio. Fue el principio, sin más. Fue un origen de estas palabras, si no es el origen. O la disculpa perfecta para enhebrarlas, para sobrellevar mi vida, la vida con Lucía y lo que no me atrevo, aunque lo voy a escribir, a llamar, la decadencia, el principio de la cuesta hacia abajo que nadie me ha contado que lo es pero que yo no puedo dejar de ver de esa forma. Y me pregunto por qué la veo hacia abajo, por qué no podría ser un ascenso hacia la muerte, en vez de un descenso hacia ella, algo inevitable que te azuza a descender, no, algo inevitable que te eleva hacia el destino perfecto aunque indeseado. No sé si mi deseo se encuentra del lado de la muerte; deseo es vida y yo soy pasión domeñada por la pasión, una pasión que fui y que se ha reconvertido en la pasión de huir de la pasión para poder cumplir la pasión de permanecer junto a Lucía, de amarla contra viento y marea, contra cuestas arriba y abajo, a favor de mí mismo.


¿Cuántas veces ha habido un principio, un iniciarse en mi vida? Ahora sé que solo es seguro que eso ocurrió el día en que comenzó nuestro amor, el de Lucía y mío. Aquel día soleado de fines de verano en que salimos solos por segunda vez. El día en que sus ojos brillaban de una forma inolvidable. La forma de aquel brillo, su intensidad, me llevó a cogerle de la mano en el café rosa y blanco de grandes y antiguos ventanales enrejados, a besársela, a conducir mis besos hacia sus labios. Hasta ese día ni me había planteado que quisiera salir con ella. Me gustaba, estaba a gusto hablando con ella, quería estar cerca suyo y no me había dicho a mí mismo que estaba enamorado. Quizá era verdad y no lo estaba hasta que el brillo de sus ojos me condujo a unirme a su piel a través de sus dedos, a acercarme a su boca con la mía, a decirle que la quería y a escuchar lo mismo de su boca con una naturalidad que no esperaba ni temía.


Hoy nos hemos convertido en un pequeño rincón de jardín, hermoso y un poco ajado, que quizá está pidiendo la renovación de sus plantas, aquellas que con un primor insuperable se plantaron hace más de una década, que han sido cuidadas con el mayor mimo que los jardineros podían ejercer porque era su rincón preferido, el que más protegido estaba del viento y el que aprovechaba los mejores rayos de sol cuando salía, los primeros, los más esperanzadores y dulces. Y nosotros somos ese rincón de una forma que no me atrevo a defender como ideal, aunque la sienta así.



(Continuará)

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