No he podido, o sabido, encontrar otra forma de hacer pública mi penúltima novela que publicarla por entregas aquí.
Eso voy a hacer en los próximos días, un fragmento por día, en paralelo a mi página de Facebook:
https://www.facebook.com/independiente.trashumante
Su título es:
PAPELES PÓSTUMOS DE “ROJO” (copyright Alfonso Blanco Martín)
(Quien desee tenerla y leerla completa, no tiene más que escribirme a trasindependiente@gmail.com, o por “messenger” en Facebook, y por 10 euros (gastos de envío incluidos) se la imprimiré y se la enviaré dedicada por correo)
***
XI
Aquel
primer día fue el principio. Y qué difícil me resulta definir de qué
fue el principio. Fue el principio, sin más. Fue un origen de estas
palabras, si no es el origen. O la disculpa perfecta para enhebrarlas,
para sobrellevar mi vida, la vida con Lucía y lo que no me atrevo,
aunque lo voy a escribir, a llamar, la decadencia, el principio de la
cuesta hacia abajo que nadie me ha contado que lo es pero que yo no
puedo dejar de ver de esa forma. Y me pregunto por qué la veo hacia
abajo, por qué no podría ser un ascenso hacia la muerte, en vez de un
descenso hacia ella, algo inevitable que te azuza a descender, no, algo
inevitable que te eleva hacia el destino perfecto aunque indeseado. No
sé si mi deseo se encuentra del lado de la muerte; deseo es vida y yo
soy pasión domeñada por la pasión, una pasión que fui y que se ha
reconvertido en la pasión de huir de la pasión para poder cumplir la
pasión de permanecer junto a Lucía, de amarla contra viento y marea,
contra cuestas arriba y abajo, a favor de mí mismo.
¿Cuántas
veces ha habido un principio, un iniciarse en mi vida? Ahora sé que solo
es seguro que eso ocurrió el día en que comenzó nuestro amor, el de
Lucía y mío. Aquel día soleado de fines de verano en que salimos solos
por segunda vez. El día en que sus ojos brillaban de una forma
inolvidable. La forma de aquel brillo, su intensidad, me llevó a cogerle
de la mano en el café rosa y blanco de grandes y antiguos ventanales
enrejados, a besársela, a conducir mis besos hacia sus labios. Hasta ese
día ni me había planteado que quisiera salir con ella. Me gustaba,
estaba a gusto hablando con ella, quería estar cerca suyo y no me había
dicho a mí mismo que estaba enamorado. Quizá era verdad y no lo estaba
hasta que el brillo de sus ojos me condujo a unirme a su piel a través
de sus dedos, a acercarme a su boca con la mía, a decirle que la quería y
a escuchar lo mismo de su boca con una naturalidad que no esperaba ni
temía.
Hoy nos hemos convertido en un pequeño rincón de
jardín, hermoso y un poco ajado, que quizá está pidiendo la renovación
de sus plantas, aquellas que con un primor insuperable se plantaron hace
más de una década, que han sido cuidadas con el mayor mimo que los
jardineros podían ejercer porque era su rincón preferido, el que más
protegido estaba del viento y el que aprovechaba los mejores rayos de
sol cuando salía, los primeros, los más esperanzadores y dulces. Y
nosotros somos ese rincón de una forma que no me atrevo a defender como
ideal, aunque la sienta así.
(Continuará)
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