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PAPELES PÓSTUMOS DE "ROJO" (XLIV)




No he podido, o sabido, encontrar otra forma de hacer pública mi penúltima novela que publicarla por entregas aquí.

Eso voy a hacer en los próximos días, un fragmento por día, en paralelo a mi página de Facebook:

https://www.facebook.com/independiente.trashumante

Su título es:

PAPELES PÓSTUMOS DE “ROJO” (copyright Alfonso Blanco Martín)

 

 (Quien desee tenerla y leerla completa, no tiene más que escribirme a trasindependiente@gmail.com, o por “messenger” en Facebook, y por 10 euros (gastos de envío incluidos) se la imprimiré y se la enviaré dedicada por correo)



***

 

XV
 
 
Hoy he encontrado a Luis más taciturno que nunca. Habíamos quedado para pasear aprovechando la luz de la tarde, esa que anuncia la primavera y en cuyos amarillos se cuela el violeta cuando se acerca la caída del sol. Pareció refrenar el paso cuando íbamos a entrar al viaducto, como si algo le impidiera caminar con empuje, con solidez, como si su habitual seguridad insegura se torciera en un movimiento interior que le paralizara el leve movimiento de sus brazos que le acompaña siempre al caminar. No quise, una vez más, hacer notar ese pequeño cambio en su actitud que parece no tener nada que ver con mi compañía. Bajó el tono de su voz mientras cruzábamos el puente hablando esta vez de la música que le apasiona, ese Shostakovich que, en sus palabras, nada tiene que ver con la valoración que él mismo pueda hacer de su música, sino con una subjetividad que no puede ni quiere definir, que le hace sentirse del lado de esa música tan festiva como responsable, según él la define. 
 
 
Cuando terminamos de cruzar el puente cambió radicalmente de tema, pareció relajarse, elevó el timbre de su voz y se puso a hablar de la muerte, la muerte con disfraz mejicano, la muerte con disfraz cristiano, la muerte como no muerte en Oriente, la muerte clásica, la griega y romana, tan práctica. Sus palabras parecían haber sido muy meditadas, ser la consecuencia de un pensamiento mascullado durante mucho tiempo y en repetidas ocasiones en su soledad. La muerte que yo admiro y me resulta amigable, aunque la tema. Cuando se lo dije me miró con esos ojos de desconfianza, entrecerrados, una mirada que me dedica en contadas ocasiones, y que casi nunca van acompañados de palabras desagradables o de desacuerdo con lo que yo afirmo. Dijo, lo recuerdo perfectamente: la muerte es el último recurso, el nuestro y el de la naturaleza.
 
 
Buscábamos un bar donde sentarnos y quizá modificar la acre intimidad que la muerte había instalado entre nosotros. Entramos en un bar lleno de carteles de espectáculos taurinos y, nada más sentarnos en dos banquetas en la barra, hizo notar cómo la muerte podía ser un espectáculo, una diversión, una transformación del odio en vida para quien no se viera afectado directamente por ella, aunque la promoviera sin tocarla, como los espectadores de las corridas de toros.
 
 
(Continuará)


 

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