No he podido, o sabido, encontrar otra forma de hacer pública mi penúltima novela que publicarla por entregas aquí.
Eso voy a hacer en los próximos días, un fragmento por día, en paralelo a mi página de Facebook:
https://www.facebook.com/independiente.trashumante
Su título es:
PAPELES PÓSTUMOS DE “ROJO” (copyright Alfonso Blanco Martín)
(Quien desee tenerla y leerla completa, no tiene más que escribirme a trasindependiente@gmail.com, o por “messenger” en Facebook, y por 10 euros (gastos de envío incluidos) se la imprimiré y se la enviaré dedicada por correo)
***
- Tengo que hablar contigo -me espetó con un tono que para ella era dulce, pero que para mí era aterrador. ¿Cómo iba a enfrentarme a sus palabras sin la protección del muro de la indiferencia y la cortesía que tantos años había resistido su posible acercamiento? Es verdad que yo, cuando mis fuerzas me lo permitían y el ánimo me lo prodigaba, saltaba aquel muro para desconcierto de ella y le hablaba como si le considerase una auténtica compañera, una mujer en el límite de la amistad con la que poder desnudar educadamente el corazón. En esos momentos ella se sentía desconcertada y halagada. A lo segundo estaba acostumbrada por la belleza, atenuada por su carácter rígido, que le había proporcionado la naturaleza. A lo primero, a sentirse desconcertada no estaba nada acostumbrada, sabía lo que quería, lo que podía conseguir y lo que estaba dispuesta a ceder, y con esos mimbres se había fabricado con sus propias manos un gran trono de reina de un pequeño mundo que ella consideraba la célula que alimentaba una sociedad estable y auténticamente libre en el marco de las obligaciones que la necesaria organización de la vida impone.
- Tengo que decirte que voy a plantearle al jefe que esto no puede seguir así.
Yo podría haber aparentado que sabía lo que era "esto", que mi percepción y mi intuición me informaban a diario de la inquietud descontenta de mi compañera y que sabía que tenía todo que ver conmigo, aunque la auténtica causa fuera la insatisfacción que le producía a ella el paso del tiempo. No era una persona musical, ese era el problema, pero ¿cómo explicar esta circunstancia a nadie y mucho menos a ella, tan concreta, centrada, educada y ordenada? ¿Cómo hablar de música como fondo de sus propias ansias auto afirmativas o de los octetos de las reuniones familiares en las que no se hablaba de otra cosa que de la estabilidad que suponía ser parte de esa misma familia, aunque en apariencia hubiera críticas y risas compartidas referidas a otros temas?
- Haz lo que quieras, pero dime... ¿qué quieres decir con "esto"? -Respondí con aire de sorpresa y cumpliendo con el papel de distante que sabía positivamente que ella deploraba y había intentado, por esta vez, romper.
- Tú sabes que aquí hay una falta de coordinación total. Estoy harta de hacer yo todo el trabajo y de que no se distribuya mejor -ese indefinido era la forma de acusación educada que ella empleaba en el trato con cualquiera que se encontrara fuera de su círculo.
- Me parece -le interrumpí- que te olvidas lo bien que has sido acogida en este grupo, cómo se te ha enseñado todo lo que sabes y el respeto y la simpatía con que te he tratadle desde el primer día. No, no me interrumpas. Deberías pensarte mejor lo que vas a desencadenar y... –seguí y mintiendo, no por lo que salía por mi boca, sino por lo que callaba, porque todas las afirmaciones que hacía se basaban en algo totalmente falso: que me importaba lo que ocurriera en el grupo de trabajo y lo que sucediera con el mismo.
Ella escuchaba sabiendo sin saber que él mentía. Creyendo que él era un vago o algo parecido que no la incluía a ella en sus planes.
(Continuará)
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