No he podido, o sabido, encontrar otra forma de hacer pública mi penúltima novela que publicarla por entregas aquí.
Eso voy a hacer en los próximos días, un fragmento por día, en paralelo a mi página de Facebook:
https://www.facebook.com/independiente.trashumante
Su título es:
PAPELES PÓSTUMOS DE “ROJO” (copyright Alfonso Blanco Martín)
(Quien desee tenerla y leerla completa, no tiene más que escribirme a trasindependiente@gmail.com, o por “messenger” en Facebook, y por 10 euros (gastos de envío incluidos) se la imprimiré y se la enviaré dedicada por correo)
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No era fácil mantener la conversación con él cuando se estaba por la calle, fuera caminando o tomando algo. Sus ojos no paraban de moverse mientras su boca desgranaba argumentos en esos momentos que parecían desatarse solo conmigo, el amigo. A mí me costaba bastante asumir esa palabra que me definía y me encuadraba en una posición que yo no había elegido o de la que quizá quería escapar. Sabía que yo era su amigo, pero esa parte estática de mi cerebro que me proporcionaba fuerza y placer no me dejaba asumir la palabra, me decía que “amigo” incluía cariño y era incapaz de sentir cariño por él, inclinación sí, una inclinación potente a la que no podía dejar de atender, pero cariño era un adjetivo cercano, lleno de una hermosura como de flores pequeñas que no podía aplicar a lo que sentía por él, a cómo hablaba con él, a cómo lo escuchaba mientras construía una pared transparente, un filtro que no dejara pasar el cariño aunque sí los signos de la amistad.
El filtro que quizá yo aplicaba porque me había encontrado con un yo mismo que no deseaba que saliera a flote, alguien oscuro, alejado del amor, con vida levemente palpitante, sin resuello, alguien indispuesto para la relación franca, alguien que yo no deseaba ser y era a través de mi encuentro con él.
Yo lo imaginaba caminando perdido en su mundo, unida su mirada a todos esos pequeños detalles de las casas y del atuendo de las personas a los que siempre se refería en sus conversaciones: el alféizar azul, el bolso pelícano, el pie del niño de plástico, el tejado de color somnoliento, el amarillo de la terraza, la regadera en el balcón, el vendedor pulpo, el mendigo alegre, el abrigo piscina...
Me preguntaba cómo su mente estaba tan aferrada a la realidad, era tan tímida y capaz de recrear los detalles a la manera de un imaginativo poeta. Esas afirmaciones de Luis eran lo que mantenía viva nuestra amistad en medio de la apatía que parecía regirla por ambas partes, la apatía de quien la busca, la apatía de quien la recibe. Y yo me preguntaba su se estaría contaminando de la falta de vida que se le podía achacar, pero que no podía ser demostrada, que parecía inventada por quienes se rozaban con él, incluido yo, que no por su actitud, aunque triste y apocada, con un fondo de plenitud.
(Continuará)
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