No he podido, o sabido, encontrar otra forma de hacer pública mi penúltima novela que publicarla por entregas aquí.
Eso voy a hacer en los próximos días, un fragmento por día, en paralelo a mi página de Facebook:
https://www.facebook.com/independiente.trashumante
Su título es:
PAPELES PÓSTUMOS DE “ROJO” (copyright Alfonso Blanco Martín)
(Quien desee tenerla y leerla completa, no tiene más que escribirme a trasindependiente@gmail.com, o por “messenger” en Facebook, y por 10 euros (gastos de envío incluidos) se la imprimiré y se la enviaré dedicada por correo)
***
VIII
Con estas páginas sobre Luis, sobre Lucía, sobre mí, sobre lo cotidiano y lo que no lo es tanto, sobre el paso del tiempo y la redención del espacio, estoy haciendo mi propia celebración de lo que no tiene nombre, estoy poniendo nombres a todo aquello que se me escurre entre la vida que vivo, la del deseo y la de la no realización, la de lo que comprendo y la de aquello que intento comprender, incluso la que ni siquiera alcanzo a saber si sabré alcanzar. Con mis palabras, sueño que podría detener el tiempo y lo hago avanzar en su única realidad posible, el acercarme a la muerte, el fin que me gusta que todos tengamos aunque no crea que nos iguale. Solo es segura su capacidad de igualación cuando ya se ha producido, cuando ya nos encontramos en el otro territorio, no cuando se produce la muerte, que al fin y al cabo todavía es una parte de la vida, la última y definitiva, al menos vista desde este lado…
Y nunca, nunca, pienso en que la muerte de otros seres cercanos me ataque colocándose antes que la mía. ¿Será signo de que no los amo bastante o será protección frente a la posibilidad de la tristeza sin consuelo por la falta de su presencia?
Bien sé que todo se olvida al igual que todo permanece. Queda la cicatriz y se olvida la intervención del médico, queda el dolor esperanzado en su propia desaparición, en una nueva jornada ganada a la muerte, ganada a quien camina a tu lado y te mira sin premura, sin odio, sin presión, sin ningún signo que obligue a temerla, a ella, a la compañera más vital que conocemos, a la amiga sin palabras cargada de hechos que comprobamos en los que desaparecen, a esa palabra femenina que es personaje por su inevitabilidad.
La permanencia me obsesiona. En eso soy mundo. Mi mundo, este mundo, no ceja en buscar la permanencia que no encuentra. La permanencia de la vida (la no-muerte). La permanencia de la juventud (el no-transcurrir). La permanencia de la economía (el no-desgaste). La permanencia del amor (el no-deseo).
Y vivo en este mundo impermanente, el mundo de la ablación del futuro, el futuro que es gestado como presente y nunca nace por falta de confianza en la mejora del propio presente. Y vivo condenado, como todos, aunque yo me haya atrevido a saberlo, a reconocerlo, entre posibilidades de felicidad y afirmaciones alegres. Los noes no son la vida, lo sé, aunque nadie me haga caso, aunque todos parezcan buscar una felicidad fútil cargada de definiciones materiales, de objetos que nos abruman con sus colores y formas, de intenciones que se denominan buenas y que son la retina de ojos ciegos a la existencia de los otros. Y parezco negar mis propias cegueras, sabiendo sin conocer que existen y son tan amplias y oscuras como las que parezco reconocer a mi alrededor.
(Continuará)
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