No he podido, o sabido, encontrar otra forma de hacer pública mi penúltima novela que publicarla por entregas aquí.
Eso voy a hacer en los próximos días, un fragmento por día, en paralelo a mi página de Facebook:
https://www.facebook.com/independiente.trashumante
Su título es:
PAPELES PÓSTUMOS DE “ROJO” (copyright Alfonso Blanco Martín)
(Quien desee tenerla y leerla completa, no tiene más que escribirme a trasindependiente@gmail.com, o por “messenger” en Facebook, y por 10 euros (gastos de envío incluidos) se la imprimiré y se la enviaré dedicada por correo)
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Luis, mi compañero de trabajo y protagonista de lo que escribo, no era un enigma, era uno más, nada más y nada menos, uno más que no participaba de lo que los demás éramos. Escribía bien, alcanzaba la neutralidad con aparente facilidad, y se le tenía en cuenta por ello. Pasados los primeros meses desde su incorporación a la empresa se perdió la curiosidad inicial entre los demás compañeros por la vida que no se sabía de él. Nunca hablaba de su mujer, no la tenía, ni de sus aficiones, no las tenía, ni de sus vicios, no los tenía, o al menos eso aparentaba o concluíamos los que nos rozábamos tenuemente con él.
Y todo ello en apariencia, nadie, ni yo mismo, podíamos saber nada de todo aquello, pero todos poníamos cara cuando hablábamos de él, de estar seguros de que no tenía nada de todo aquello que parece definir a alguien, algo imposible que veíamos con naturalidad en Luis. Al menos esa sensación dejaba en los demás y todos aceptábamos que así era sin reconocerlo en público. Sus rasgos no eran impenetrables, pero carecían de color. Había sonrisa a veces, había sorpresa en sus cejas cuando convenía, había enfado en su cuello y barbilla cuando él decidía, y nunca tristeza ni alegría en las comisuras de sus ojos, boca o nariz.
Alfonso dice, en uno de los pocos momentos que habla directamente de sí mismo, que una de las pocas cosas que ha aprendido es a no dar nada por supuesto, ni siquiera la claridad de lo que se ve ni la oscuridad de lo que se supone. Todo puede enfocarse, según le dicta su experiencia, de una forma diferente a la habitual, de una forma que quizá en un tiempo o lugar ya se hizo, se hace o se hará, de una forma que algún loco tiene presente, o algún viejo intuye tras las brumas y claridades que preceden a la muerte, o algún niño sueña despierto pensando que ese sueño es lo real.
Desconozco si transcribo con exactitud lo que él dice o piensa, lo que me dice o me piensa. Sé que transcribo el poso que deja en mí, la amistad que fluye entre nosotros, la relación única, desigual debido a su pureza, que es como un rayo invisible que conecta nuestros cristales, eso que podríamos llamar espíritus y que parecen convocarse el uno al otro en el habla que nunca termina entre nosotros, que tiene el comienzo en cada uno de nuestros encuentros y que se interrumpe al separarnos, como si nunca terminara.
(Continuará)
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