No he podido, o sabido, encontrar otra forma de hacer pública mi penúltima novela que publicarla por entregas aquí.
Eso voy a hacer en los próximos días, un fragmento por día, en paralelo a mi página de Facebook:
https://www.facebook.com/independiente.trashumante
Su título es:
PAPELES PÓSTUMOS DE “ROJO” (copyright Alfonso Blanco Martín)
(Quien desee tenerla y leerla completa, no tiene más que escribirme a trasindependiente@gmail.com, o por “messenger” en Facebook, y por 10 euros (gastos de envío incluidos) se la imprimiré y se la enviaré dedicada por correo)
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La casa de Luis era, cuanto menos, curiosa. Me explicó que la puerta de su piso era la antigua puerta de servicio del que habitaba su casera, una viuda violinista y con carácter, según sus propias palabras. La anciana mujer había dividido su propio piso para alquilar una parte y, con ello, según Luis, mantener el nivel de vida que debía llevar antes de quedarse sola.
Tras atravesar una habitación-pasillo en la que destacaba una nevera blanca (no cabía en la pequeña cocina, según Luis, y así se la encontró él) y una estantería colgada en la pared llena de eso que se podían considerar los adornos de cualquier casa cubiertos de polvo: figuritas de cerámica de colores, palilleros, ceniceros y platitos de diversos materiales, tamaños y formas; un resumen de lo inútil que es posible que estuviera en su día cargado de significados y recuerdos para la viuda casera y vecina. Todo estaba muy limpio excepto el contenido de esa estantería, lo que la hacía destacar más en aquel extraño conjunto de hogar tradicional y apartamento alternativo. Rodeamos la camilla con tapete que había en aquel tránsito y, tras dos puertas blancas, semiabiertas, me introdujo en un pequeño salón dominado por un antiguo armario oscuro y macizo que parecía haber sido sacado de una casa de hidalgo rural. Lo primero que hizo Luis fue abrirlo; allí dentro estaba la televisión.
Me ofreció una cerveza. Nos sentamos, presionó los botones correspondientes en los mandos y comenzamos a ver la película tras una mirada significativa y directa de Luis que yo no sabía qué podría significar. A pesar de mi pasión por la obra de Fritz Lang yo no había visto la pequeña maravilla que es Encubridora antes de la invitación de Luis.
La sabia ambigüedad que destilaban las imágenes del maestro alemán unidas a la presencia sutil y fuerte de la protagonista me hicieron sentir como cuando comencé a apreciar el cine como arte, como una emoción intelectual aferrada a mis sentidos que era capaz de abrir el mundo hacia pensamientos soñados cuyo movimiento era el propio fluir de las imágenes. Y esas ambigüedad y sutileza las destilaba una historia cargada de hechos duros, de encuentros teatrales, de masculinidad y feminidad encarnadas en sus protagonistas con una fuerza que el blanco y negro parecía servir de esa forma que la fotografía desveló en el siglo XIX y que no ha muerto desde entonces, aunque la industria parezca desear que caiga en el olvido y haya quedado fragmentada en el recuerdo y la actualidad eterna que siempre representa esa alternativa a la presencia un tanto indecente del color.
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Está por escribir la historia de la indecencia y hoy es el momento puesto que ya no existe, al menos la indecencia corporal, la sexual, la de mostrar la piel o fragmentos de ella, la de presumir de las actitudes que otrora se consideraron animales.
La indecencia es la bipolaridad de la hipocresía, es la pretensión de convencer de que una mariposa volará mejor con un solo ala, de que los cojos florecen, de que los velos están hechos para desvelar, de que el pensamiento y el sentimiento no se hermanan, de que la Historia no existe, de que la técnica es la solución de los problemas planteados y no solucionados desde hace miles de años. La indecencia da por supuesta la honestidad, pero la liquidez del mundo ha disuelto la corporeidad de esa actitud ética que era teóricamente apreciada hace décadas y que hoy es desconocida e incluso apartada del vocabulario corriente.
Estoy llegando en mis escritos, los míos, los que son íntimos sin querer serlo, los que son íntimos porque no encuentran los caminos de la publicación, a una despreocupación por la originalidad que me parece les proporciona algún relieve, o cuanto menos un relieve que azuza mi escritura. Si me he visto influenciado por el estilo de quien estaba leyendo en el momento de escribir no me importa ni me ha importado. Si estilo o narración recuerdan a lo que leía en aquel momento ¿qué importa? Sin ser consciente, es o era posible que estuviera repitiendo historias o estilos de otros, pertenecientes a otros lugares o tiempos, o incluso pertenecientes a mis coordenadas de espacio y tiempo.
Yo no me voy a describir a mí mismo, eso es un imposible, aunque no evite referirme continuamente a quien pudiera ser yo, como si existiera la importancia de ser alguien. Si me mirara en un espejo tendría la imagen de un actor que me interpretaba y lo que describiera sería la interpretación de ese actor, no mis rasgos, porque el “yo mismo” solo existe filtrado por la mirada de otro, nunca por la de uno mismo. Falta en mis palabras quien me mira, quien podría decir de mí, mejor que yo mismo, quién soy y cómo soy. Esta cojera literaria inunda esta crónica, y yo me empeño en corregirla describiendo a Luis e imaginando todo lo que piensa y siente. Me gustaría que Lucía me describiera, al igual que ella viene a mis palabras, las inunda y es la protagonista de ellas. Un imposible. Ella no sabe nada de esto que escribo, de este fragmento de mi vida inundado por ella, aunque trate de mi amistad con Luis. No es un ocultamiento, es una dedicación a mi estar con ella, a amarla con la inevitabilidad que siento y provoco sin freno alguno.
La juventud queda en los ojos, en su interior, en su parte acuosa llena de color. En sus alrededores, en la piel que los enmarca dándoles la forma que tanto impone una apariencia como expresa pasiones inventadas, está la vejez y sus pliegues, en el interior sigue residiendo la juventud (si en la persona queda algo de ella, claro), en sus bambalinas, en su telón, en las luces que se dirigen hacia su interior, se encuentra el paso del tiempo y quizá la respuesta a la pregunta que no se deja desarrollar: ¿qué es la mirada? Y yo sé muy bien qué es y cómo es la mirada de Lucía, sus diferentes estados. Sé que su mirada es muy compleja cuando se me dirige y que su complejidad no oculta nada, regala la paz que necesito, la promesa que me hago a mí mismo gracias a ella de seguir caminando por la vida, de arrebatarle todo aquello que podría negar en su transcurrir hacia la desaparición. El regalo de las miradas de Lucía me regala existencia posible, la que yo creía hasta que me enamoré de ella que poseía y que supe desde entonces que no era más que una construcción sin cimientos destinada a derrumbarse al menor soplo de aire, al paso de cualquier insecto, al temblor que la tierra ofrece tras cada muerte…
(Continuará)
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